14 sept 2010

Pourtant quelqu´un m´a dit que...

Esto no está bien... y lo sabes.




Aún así, escribes un mensaje y esperas aténtamente una respuesta: "claro que me apetece verte, me paso a tomar café en un rato por tu casa".
Van pasando los minutos y quieres echarte atrás. No debo, no debo, no debo... no tiene sentido. Se acabó.

Pero aunque coges el móvil varias veces y escribes diferentes mensajes tipo: "he cambiado de opinión, será mejor que no te pases", los borras una y otra vez, se almacenan en el borrador, nunca los envías y suena la puerta.

Abres, te has echado máscara en las pestañas. Una mueca similar a una sonrisa acompañada de un tímido hola y te lanza un beso, apresuras a poner la mejilla. "Qué tal estás?" y te giras y le dejas pasar.

Vas a la cocina, ¿Necesitas ayuda? "No, lo estaba preparando mientras te esperaba". Enciende la tele, se sienta... como si estuviese en su casa, pero hace mucho tiempo que no pertenece a ese lugar y no debería haber vuelto. Casualmente se enciende en un canal de música que provoca un ambiente relajado conjuntamente con el incienso que habías encendido hace un rato. Pero el olor del café inunda la pieza, llegas con una bandeja, sobre ella 2 tazas, el azucarero y la pequeña cafetera italiana de dos raciones que tantos cafés os ha servido en el pasado.
Cafés de buenos días, cafés de buenas noches, cafés de buenas tardes, café después de comer, en la universidad, en mi casa, en la suya, nunca dejamos pasar el café de antes de la siesta, repetimos sorbo a sorbo, otro café y otro y otro... café para cualquier momento... fuiste tú el que me enganchaste al café.



Y ahora tomo café con cualquiera, pero su sabor, su aroma, su tacto en mi boca no sabe igual. Cuando lo tomo entre mis manos, no siento el mismo calor. Ya no es la misma intensidad, no es la misma fuerza que comprimía mi pecho.

Por eso está mal. Me acostumbré a tomar café contigo y de vez en cuando te invito a tomar de nuevo una taza de café. Pero me sabe amargo, ya no me gusta, mi paladar se ha refinado y tiene sed de algo mejor.

Aún así, tú me escribes de forma regular. Me provocas para que te conteste. Te son indiferentes los temas, tus mañas se han vuelto incluso peligrosas... Fuerzas y fuerzas, hasta que consigues hacerme ceder y yo sé que no me va a gustar.

No me gusta el momento en que tu mirada me previene qué lo vas a intentar. Tu mano se posa en mi pierna, yo la aparto. Y entonces la cuelas bajo mi camiseta. De un respingo me pongo tensa, meto tripa, dejo de respirar como si así pudiese evitar tu tacto. Las yemas de tus dedos me acarician y "sigues siendo tan suave". Mi cabeza niega, mi respiración te alienta. Tu respiración se acelera, tu boca se dirige hacia mí cuello... lo sabe, tus labios saben que ahí me voy a rendir. Por eso me alejo y sacas la mano de mi espalda. Rápido separas mi pelo, no me das tregua, te avalanzas sobre mi nuca, yo me dejo caer en el sofá y nos miramos a los ojos, directamente, como antiguamente. Separados por tus brazos tersos y el tiempo.
Una mueca de tu boca. Mis labios, los maldigo! Aunque están bien entrenados y no te besan, se apartan y tú crees que andan juguetones, pero se entreabren y lo dicen: "Sabes que ya no te quiero" "¿Nunca podrás perdonarme?"

Y uno de tus dedos se ha colado dentro de mis bragas, estoy húmeda, sigues sabiendo lo que quiero, lo que necesito. Pero esto no está bien, mi cabeza me lo dice. No disfruto. En cada movimiento reniego la evidencia, gimo el desamparo, me contoneo ante la desazón.

Cuando me doy cuenta estoy en mi cama, desnuda, tú estás encima de mí y me besas el cuello. Te he prohibido mis labios, quiero recuperar la cordura en algún momento y pedirles que te echen de mí, de mi cama, de mi cuarto, de mi casa... Poco a poco me penetras, me he abandonado. Los recuerdos se entremezclan. Aquellos en los que hacíamos el amor luchan por hacerse un hueco entre tantos que me recuerdan cuanto hemos follado. Lo hacíamos salvajemente, como ahora. Aumentas la intensidad y los recuerdos me van llegando más y más adentro. Te detienes en seco, por qué? Y vuelvo a pensar, es el momento, debe marcharse.

Tu boca se entretiene con mis senos, tus dedos han vuelto para acariciar mis muslos. Vas trazando un camino húmedo por mi cuerpo, tu lengua saborea la sal de mi piel. Cuando llegas al ombligo lo rodeas, a diferencia de otros... no se te ha olvidado lo que me gusta, tampoco lo que no. No lo has mezclado con las apetencias de otras tantas conquistas que habrás tenido por ahí. Subitamente dos de tus dedos se han colado en mí, fuertes directos, gimo. Tu lengua ahora tranquiliza mi sexo, tu cara entre mis piernas, como en otros momentos, te miro, mis caderas se mueven a tu ritmo, te acaricio el pelo y sin parar, porque sabes que nunca debes parar, tus ojos se clavan en los míos. Te veo entre mis pechos, te veo entre mis piernas, te veo con la lengua metida en mi sexo. Ya que no soy capaz de echarte, me voy.... soy yo la que se va... suspiro, cierro las piernas, te aprisiono, no quiero dejarte marchar, tiemblo.

Te incorporas, sigues acariciándome, mi bello está erizado, tus labios me besan, lo has conseguido, me he olvidado, me he rendido a ti. Te pones nuevamente encima, despacio, deprisa, me penetras suavemente, sintiéndome y tu lengua se sumerge en mi boca. Quise echarte, estuve a tiempo, pero sigues sabiendo a mi café.

No hay comentarios:

Publicar un comentario